sábado, 21 de marzo de 2009

La última morada

Camino en silencio entre un desierto de tumbas
mientras un ángel que custodia una lápida olvidada
me observa al pasar...él ya no siente nada.

La niebla se arremolina entre mis piernas
y en el cielo ya no brillan las estrellas
¡Que oscuro es el lamento de lo que duermen
en el eterno sueño del olvido!

Acaricio la suavidad de un mármol nuevo
Alguien a muerto y me dejó sus recuerdos...
Bajo la tierra húmeda y tres flores de agrio perfume,
que pútridas se rinden a lo inevitable.

Llego a su última morada,
donde descansan sus restos
ya libres de la eterna nada que fue su perdición.
Me recuesto sobre el frío suelo
y apoyo mi cabeza, donde pienso que está su pecho.

Con mis dedos dibujo su amado nombre,
y lo llamo en un susurro de penas y destierros.

Sé que no me oye, que en su frío silencio,
ha olvidado que existo y que alguna vez
fui la causa de sus desvelos.

De nada sirve llorarle al cielo,
ni suplicarle a los infiernos,
si el alma de mi amado se ha ido lejos.

Dejándome abandonada en la melancolía
como en un viejo mausoleo de Australia.

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